Comentario
La herencia de Enrique II fue a parar a manos de Ricardo I (Corazón de León), hombre bien capacitado políticamente. Acompañando a Felipe Augusto y a los alemanes de Federico Barbarroja en la Tercera Cruzada, dio muestras de extraordinario talento militar. A su regreso de Tierra Santa fue hecho prisionero por el duque Leopoldo de Austria, circunstancia aprovechada por Felipe de Francia para intentar la conquista de Normandía.
El Capeto fue hombre que aprovechó a fondo las contradicciones del mundo angevino cuya unidad sólo se mantenía gracias a la pericia de los monarcas ingleses. Ya en 1186, a la muerte de Godofredo de Bretaña y aprovechando la minoridad de su heredero Arturo, se había erigido con la guarda del ducado. Sin embargo, la liberación de Ricardo en 1194 fue fatal para los intereses de París. El Plantagenet se dispuso a rehacer sus dominios en Francia infligiendo una terrible derrota a Felipe cerca de Freteval (1194). Por mediación pontificia, ambos rivales llegaron a suscribir una tregua durante la cual Ricardo murió delante del castillo de Chalus en una escaramuza contra un vizconde rebelde.
Sin herederos legítimos, la herencia de Ricardo fue objeto de inmediata disputa. Su hermano Juan no tuvo dificultades para controlar Inglaterra y Normandía; su anciana madre Leonor seguía como señora de Aquitania; los barones de Anjou optaron por Arturo de Bretaña. En julio de 1202, Juan obtuvo sobre sus rivales, atizados por Felipe Augusto, un resonante triunfo en Mirabeau con prisión de Arturo incluida. Sin embargo, el monarca inglés, un ciclotímico no más cruel que cualquiera de sus contemporáneos, despilfarró su éxito en muy pocos meses. La misteriosa muerte de Arturo fue la señal para una vasta rebelión en el continente.
Perdidos la mayor parte de los apoyos, Poitou, Anjou, Maine y Turena escaparon a la autoridad de Juan. Felipe Augusto aprovechó la oportunidad para, en fulgurante campaña, invadir Normandía y entrar en Rouen el 16 de abril de 1203. En el frente Sur, la muerte de Leonor de Aquitania desató las ambiciones de Alfonso VIII de Castilla que trató de hacer efectivos los derechos al ducado de su esposa también llamada Leonor y hermana de Juan. En 1205 el Imperio angevino estaba en ruinas.
En los meses siguientes, Juan pudo rehacerse parcialmente: el arzobispo de Burdeos organizó la defensa contra los castellanos y el Plantagenet lograba recuperar algunas posiciones al suroeste del Poitou: Saintonge, Angulema y Aunis.
A lo largo de los años siguientes, las campañas en Francia se condujeron de forma más relajada. Juan lo aprovechó, sobre todo, para acometer operaciones de castigo en la frontera escocesa, en Irlanda y en Gales. Ello permitió a Londres ejercer una autoridad sobre la periferia británica como nunca hasta entonces se había logrado.
Un nuevo enfrentamiento con el pontificado provocó una larga crisis que, desde 1213, llevará a una reanudación de las hostilidades. Un intento de desembarco francés en Inglaterra con el beneplácito pontificio fracasó estrepitosamente. Juan volvió a la sumisión a la Santa Sede, pero el sistema de alianzas se había reavivado tan peligrosamente que la guerra generalizada se hacia inevitable.
Autores del siglo XIII como el cronista Alberico des Trois-Fontaines o del presente como Yves Renouard, han destacado la importancia de los acontecimientos que se desarrollaron en Europa a partir de 1212. En esta fecha los hispanocristianos obtienen la resonante victoria de Las Navas de Tolosa; en 1213 el ejercito cruzado de Simón de Montfort derrotaba a Pedro II de Aragón aliado "malgre lui" de los señores filoalbigenses del Mediodía de Francia. Muret fue un éxito militar del vencedor en el campo de batalla y un éxito espiritual de la Iglesia romana en su lucha contra la disidencia religiosa. A la larga lo sería también de la realeza Capeto ya que le dejaría un terreno abonado para intervenir directamente en los asuntos del Midi.
De efectos mucho más inmediatos para Felipe Augusto de Francia lo fue otro éxito militar: la batalla de Bouvines librada el domingo 27 de julio de 1214.
Bouvines fue el desenlace del largo contencioso mantenido por la realeza Capeto con sus rivales Plantagenet y con sus entonces aliados: los condes de Flandes y Boulogne y el ocupante del trono imperial Otón IV de Brunswick.
Textos de la época redactados a mayor gloria de Felipe Augusto (poema de Guillermo el Bretón) y del presente siglo (el magistral estudio de G. Duby) han destacado la trascendencia militar y política de este acontecimiento. Desde la habilidad táctica del consejero militar del Capeto, el obispo Guerin de Senlis a la hora de distribuir las fuerzas reales, pasando por el valor militar derrochado en ambos bandos, hasta desembocar en la huida de Otón y la prisión de los condes de Flandes y Boulogne por Felipe Augusto. Bouvines suponía el mayor triunfo de los Capeto en el campo de batalla y ratificaba con creces la pequeña victoria que unos meses antes el heredero de la Corona, Luis, había obtenido en el Sur (escaramuza de La Roche-Aux-Moines) sobre un contingente inglés.
Bouvines tuvo otros efectos no menos resonantes. Para la imagen de la monarquía Capeto se creó el mito de la victoria sobre una feudalidad de fidelidades cambiantes. Y ello, gracias al concurso de las "buenas ciudades" que, con sus milicias, habían apoyado la causa del rey. Bouvines -y no es poco- había supuesto también la derrota del peligro proveniente del Este, del Imperio, por mas que Otón de Brunswick fuera a la sazón un soberano cuestionado en sus derechos por los partidarios del rey Federico de Sicilia, futuro Federico II.
Pero, ante todo, Bouvines había hecho abortar los intentos de los Plantagenet por recuperar las posiciones perdidas años atrás. A Juan Sin Tierra no le quedaba en el continente más que algunos restos de la vieja y amplia Aquitania. Los territorios del norte de Francia entraban en la órbita Capeto. La relación de fuerzas experimentaba una trascendental inversión: desde 1213 el litoral meridional de Inglaterra se hacía vulnerable a los propósitos expansionistas de París. Felipe Augusto era, así, algo más que el "muñidor de tierras" o el "arquitecto del Estado nacional francés".
Una visión muy esquemática ha presentado la historia de Inglaterra y Francia tras Bouvines como la de dos países que iniciaron dos trayectorias políticas distintas. Inglaterra se habría encaminado por la senda de un protoconstitucionalismo. Francia se habría erigido en una especie de monarquía carismática. De hecho, la estructura de ambos países -y la de los demás del Occidente- presentaba abundantes rasgos comunes: los dos eran monarquías feudales con ciertos elementos calificables de suprafeudales.
Dos referencias siguen siendo obligadas para los historiadores: la Carta Magna en Inglaterra y el gobierno de Luis IX en Francia.